viernes, 27 de mayo de 2011

Al Oerter prestigió la cita de Chicago-1959

Por Lemay Padrón Oliveros

Siempre que se hable de los mejores competidores en la historia de los Juegos Panamericanos se deberá mencionar a Al Oerter, considerado el mejor discóbolo de la historia, quien dominó su especialidad en la cita de Chicago-1959.
A pesar de llegar al torneo continental con la aureola de ser el vigente campeón olímpico, muchos pensaron que Oerter solamente había tenido un golpe de suerte en Melbourne-1956.
No obstante, el gigantón de 1.92 metros de estatura y 130 kilogramos de peso no ofreció margen a dudas y triunfó con 58.71 metros, mucho mejor al 56.36 que le había dado la victoria estival tres años atrás, cuando apenas tenía 20 años de edad.
Su dominio fue tal que superó al segundo clasificado por casi cuatro metros, pues su compatriota Richard Cochran no rebasó los 54.44, y el también norteño Parry O´Brien, plateado en México-1955, completó el podio con registro de 51.84.
En esos momentos muy pocos lo sabían, pero acababan de presenciar el efímero, pero contundente paso de una de las mayores estrellas asistentes a Juegos Panamericanos, ese que dominó el escenario olímpico durante 12 años desafiando rivales y, sobre todo, la edad.

EL MEJOR DISCÓBOLO DE LA HISTORIA


Alfred Adolf Oerter Jr. clasifica como el mejor lanzador de disco de la historia, gracias a la conquista de cuatro títulos olímpicos consecutivos en su especialidad, algo solamente igualado Carl Lewis, campeón del salto largo desde Los Ángeles-1984 hasta Atlanta-1996.
Sin embargo, el fornido discóbolo neoyorquino tiene la ventaja de haber logrado además marcas estivales en las cuatro oportunidades, además de que implantó tres registros mundiales en su especialidad.
Nunca llegó a las citas bajo los cinco aros como favorito, pero a la hora de la verdad logró siempre sacar el extra de los campeones.
En Melbourne-1956 su compatriota Fortune Gordien contaba con el favoritismo precompetencia, gracias a su primado del orbe, mas Oerter lanzó como nunca antes y no sólo se llevó el cetro, sino que consiguió los tres mejores envíos de la lid, con 56.36 metros como cifra ganadora.
En Roma-1960, tras superar un accidente automovilístico que estuvo a punto de dejarle paralítico, los consejos de su coequipero Richard Babka le llevaron al oro, luego que éste le corrigió algunas fallas en los movimientos.
Haz el movimiento más lento, le dijo su colega, quien lo veía frustrado intentando forzar los envíos al verse con varios metros de desventaja y fuera del podio.
Resultado: 59.18 para Oerter y 58.02 para Babka, quien finalizó segundo también en los Panamericanos de Winnipeg-1967.
En Tokío-1964 superó hasta el límite la barrera del dolor, pues poco antes de los Juegos resbaló al salir del tanque de lanzamientos y se fracturó una costilla, por lo que los médicos le aconsejaron no lanzar un disco en varios meses.
Cada vez que mi pecho se expandía para respirar, sentía como si alguien clavara un cuchillo en mis costillas, pero yo mismo no me iba a negar la posibilidad de revalidar mi título olímpico, recordó poco tiempo después.
Se le suministraron cajas de cápsulas de amoníaco para tratar de aminorar el dolor. Cuando usted pone algo como eso bajo su nariz, supera cualquier tipo de dolor, rememoró jocosamente.
Con ese mismo buen humor llegó a afirmar en una ocasión que para llamar la atención del público hacia el lanzamiento del disco lo único que faltaba a los competidores era lanzarse el implemento entre ellos.
Volviendo a Tokío-1964, el checoslovaco Luduvic Danek, dueño en esos momentos del récord mundial, partía con aureola ganadora, pero Oerter lanzó 61.10, por 60.52 el europeo.
Finalmente, a México-1968 viajó sin perspectivas de éxito, pues todos los rivales lo habían superado en los últimos tiempos y ya tenía 32 años, demasiados para el alto rendimiento según los cánones de la época.
Una vez más debía superar al recordista del orbe, en este momento su colega Jack Silvestre, pero a pesar de haber clasificado apenas tercero en los trials de su país y de competir con una minerva, Oerter consiguió 64.78 metros, por 63.50 Silvestre, quien quedó fuera del podio.
Entre sus postreros momentos de gloria, el neoyorquino atesoró el orgullo de haber llevado la antorcha olímpica en uno de los últimos relevos durante la cita de Atlanta-1996.
Oerter falleció el de 1 octubre de 2007 a causa de una insuficiencia cardíaca, a los 71 años, y sus últimos tiempos los dedicó sobre todo a la pintura abstracta, para la cual usaba el mismo implemento que lo hizo célebre: el disco.

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